martes, 22 de marzo de 2011

La sombra sin sombra.


Había cerrado la puerta a la duda, a la vida, al oscuro objeto de deseo mucho antes de que me diera cuenta de que existía esa puerta.
Había dado la vuelta a todo, hasta el punto en que me había quedado exactamente igual, pero boca abajo y sin fuerzas para darme la vuelta, para levantarme, como una tortuga que se rinde.
El cuco que había anidado en mi alma había arrojado todos los huevos que alguien puso ahí, y creció solo, vacío, con un falso hijo en su interior.
Entonces fue cuando empecé a ver las sombras.
Sombras que eran más grandes de lo que eran en realidad.
Un auténtico baile de sombras, sin una sombra propia. Como Peter Pan que la busca para atarla, no encontraba mi sombra en el baile, había escapado de mí, había roto los lazos que la ataban a la realidad y volví a las tinieblas de sombras, con miedo de ver la luz capaz de darme mi sombra.
Ahora ya no sé si quien ha escapado soy yo o es mi sombra.
Ahora ya no sé si yo soy yo o soy mi sombra.
Ahora solo soy una sombra de un objeto inerte, destruido, que solo puede dar sombra.
Solo se actuar como habría actuado.
Solo se cantar como habría cantado.
Solo se vivir como imaginaba que vivía.
Solo sé que ese que está haciendo lo que hago no soy yo.
Aunque yo ya no sé quién soy.
Qué demonios hago actuando como actúo, vistiendo como visto.
Solo soy una sombra, que solo puede ver las sombras de lo que me rodea.
La sombra de la belleza, la sombra del amor, del cariño, de la vida.
La sombra de la vida que perdí, la vida que ignoré, la vida que no volverá.

La sombra de la oscuridad que me rodeaba es más oscura aun de lo que imaginé.

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